Comentario
La experiencia mexicana
El propio Acosta hizo una descripción somera de su viaje desde Lima a la Nueva España, con ocasión de referirse al régimen de vientos en la zona tórrida:
Cuando navegué del Pirú a la Nueva España, advertí que todo el tiempo que fuimos por la costa del Pirú fue el viaje como siempre suele, fácil y sereno, por el viento Sur que corre allí, y con él se viene a popa la vuelta de España y de Nueva España; cuando atravesamos el golfo, como íbamos muy dentro en la mar y cuasi debajo de la Línea, fue el tiempo muy apacible y fresco y a popa. En llegando al paraje de Nicaragua y por toda aquella costa tuvimos tiempos contrarios y muchos nublados y aguaceros y viento que a veces bramaba horriblemente, y toda esta navegación fue dentro de la Zona Tórrida porque de doce grados al Sur que está Lima, navegamos a diez y siete, que está Guatulco, puerto de Nueva España (Acosta, 1962: 102 3: 111 8).
La llegada a México debió ocurrir a principios de julio de 1586, y aunque residió principalmente en la capital de la Nueva España, no dejaría de verse con su hermano Bernardino, quien había sido nombrado rector del Colegio de Oaxaca. Durante el tiempo en que vivió en México debió ocuparse, principalmente, de documentarse para escribir la obra motivo de esta edición, en lo concerniente a los indios mexicanos, ya que la parte relativa a los incas del Perú había sido motivo de experiencia directa y de una documentación específica, basada preferentemente en la obra de Polo de Ondegardo.
Durante la residencia del P. Acosta en México, conoció a dos personas cuyos informes fueron muy valiosos para su Historia: el P. Juan de Tovar y el P. Alonso Sánchez. Del primero dice en la Historia Natural y Moral de las Indias:
Juan de Tovar, prebendado que fue de la Iglesia de México y agora es religioso de nuestra Compañía de Jesús; el cual por orden del Virrey Don Martín Enríquez, hizo diligente y copiosa averiguación de las historias antiguas de aquella nación [la mexicana]# (Acosta, 1962: 281: VI 1).
De la relación con el P. Tovar, a la que aludiremos más adelante a propósito del supuesto plagio de Acosta, resultó una nutrida información, a la que se refiere nuestro autor en varios pasajes de su obra. El P. Tovar había escrito una Historia de los indios mexicanos o Primera relación llevada a España en 1578 por el Dr. Portillo, provisor del Arzobispo de México, y a la que se refiere Acosta al decir:
Uno de los de nuestra Compañía de Jesús, hombre muy plático y diestro, juntó en la provincia de México, a los ancianos de Tezcoco, y de Tulla y de México, y confirió mucho con ellos y le mostraron sus librerías, y sus historias y calendarios, cosa mucho de ver (Acosta, 1962: 289: VI 7).
Tales trabajos habían sido encomendados al P. Tovar por el Virrey Martín Enríquez y el resultado de ellos fue la citada Primera Relación, de la que nunca quedó copia en México. En 1538 el P. Tovar escribe por segunda vez la historia de los antiguos mexicanos basándose entonces en la obra de Fray Diego Durán: Historia de las Indias de Nueva España, y es esta Segunda Relación la que, junto con un Calendario que le prestó Tovar, conoció el P. Acosta, y sobre cuya base escribiría la parte de su Historia relativa a los indios de la Nueva España (O'Gorman, 1962: LXXVII LXXX).
El segundo personaje importante que conoció Acosta en México fue el P. Alonso Sánchez, misionero en Filipinas, quien le proporcionó los datos que utiliza en su Historia acerca de la cultura de chinos y japoneses. El P. Sánchez había realizado dos viajes a Macao, puerto portugués cercano a Cantón, en el sur de China, y de esos viajes y de sus conversaciones con numerosas personas en Filipinas había llegado a la conclusión de que para poder evangelizar el territorio chino no había otro sistema que proceder primeramente a su conquista por las armas. Así lo expresaba en carta fechada en Macao el 5 de julio de 1584:
De su conversión [de China] por vía de predicación, aunque yo, por haber estado algunos meses por la China adentro, y haberlos tratado algunos años en Luzón, puedo afirmar que es imposible [#]; pero en esto más quiero creer a cuantos allí [en Filipinas] los han tratado veinte años ha, y aquí [en Macao] cerca de treinta; que todos dicen lo mismo y juzgan que este negocio lo ha de concluir Dios por el camino de la Nueva España y Perú. Sólo difieren en que todo cuanto algo entienden, no hallan en aquellos reinos título ni derecho para poder haber conquistado y en éstos hallan muchos (Ricci, 1913: 426, cit. por Mateos, 1954: XIX).
Las disparatadas ideas del P. Alonso Sánchez fueron conocidas con alarma por los provinciales de la Compañía de Jesús en México y el Perú y aun por el General de los Jesuitas, P. Acquaviva. El P. José de Acosta, conocedor de las tesis del P. Sánchez, escribió dos notas el 15 y 23 de marzo de 1587 tituladas: Parecer sobre la Guerra de la China y Respuesta a los Fundamentos que justifican la Guerra contra la China, que remitió al General de la Compañía, quien en carta de fecha 11 de julio del mismo año constituyó a Acosta superior especial del P. Alonso Sánchez, con orden de que todos los negocios que hubiese de tratar en Madrid, fuese con el parecer y dirección de Acosta (Mateos, 1954: XIX).
Después de haber pasado cerca de un año en la Nueva España, el P. José de Acosta abandonó el Nuevo Mundo al embarcar el 18 de marzo de 1587 en la flota que se dirigía a España. Le acompañaban el ya citado P. Alonso Sánchez y P. Hostos, y a fines de septiembre de ese mismo año llegarían al puerto de Sanlúcar de Barrameda, de donde habían salido diecisiete años antes.
Acosta en España
En Sanlúcar estaba esperando al P. Acosta su antiguo superior y maestro de Alcalá, P. Gil González Dávila, que por aquellos años era Provincial de Andalucía. En carta de González Dávila al P. Acquaviva, de fecha 9 de octubre de 1587, se hace referencia a varias obras del P. Acosta a las que nos referiremos luego:
Heme alegrado mucho, con la buena vista del P. José de Acosta. Viene alegre y sano; he visto algunos libros que trae escritos, que han de ser de mucha satisfacción, por su doctrina y modo de proponerla. El uno tomo es De Temporibus Novissimis, dividido en cuatro libros, con mucho juicio y tiento, cual pide la materia. El otro es De Christo Revelatio, que es obra mayor, de nueve libros y de mucha erudición. V. P. los verá. Trae apuntadas cosas de los indios, raras y de mucho gusto y aun de provecho, con las cuales podrá enriquecer su libro De Natura Novi Orbis. Su noticia de aquellas partes es grande; la ha perfeccionado con la estada en la Nueva España y podrá dar a V. P. mucha luz de todo# (Mateos, 1954: XX).
De lo que se desprende que si bien traía terminado su tratado latino De Natura Novi Orbis ya había planeado la Historia natural y traía abundantes materiales para el nuevo libro, especialmente de su estancia en México.
Traía el P. José de Acosta una carta de presentación del Virrey del Perú Conde del Villar para el rey Felipe II en la que se ensalzaban las virtudes del famoso predicador, de tal manera que al llegar a Madrid en noviembre de 1587 fue recibido con afecto por el rey, quien escuchó atentamente sus informes sobre el Nuevo Mundo. Con él y con el Consejo de Indias tenía que tratar de la aprobación del III Concilio limense. Habiéndose presentado muchas quejas de parte de eclesiásticos, encomenderos y aun de las damas de Lima, por su rigurosidad impuesta por el severo Santo Toribio de Mogrovejo, el P. Acosta tuvo que echar mano de toda su habilidad dialéctica para defender el texto y las conclusiones del Concilio. Su Información y respuesta sobre los capítulos del Concilio Provincial del Perú del año 83 de que apelaron los procuradores del clero. Presentado en Madrid a 26 de noviembre de 1586 sirvió de manera adecuada para obtener la aprobación requerida (Acosta, 1954: 321 331).
El primer viaje del P. José de Acosta a Roma lo realizó durante los meses de septiembre y octubre de 1588. Cuando llegó a Roma era portador de una carta del Nuncio de S.S. en Madrid Mons. Speciani, en el que se ponderaban los méritos de Acosta y se refería a su misión de presentar para la aprobación de S.S. el III Concilio limense, previamente aprobado por el Consejo de Indias y S. Majestad Felipe II. La llegada de Acosta a Roma fue muy oportuna, ya que el Dr. Francisco Estrada, procurador del clero peruano, ya tenía convencido al cardenal Caraffa, secretario de Estado, para que anulase en su totalidad el Concilio. No fue así, sino que, tras algunas enmiendas introducidas por la Congregación romana de Cardenales, el Concilio fue aprobado por el papa Sixto V.
Por esa época (1588 1592), la actividad editora del P. Acosta fue intensísima. En 1588 salía editado en Salamanca su primer libro, que reunía el De Procuranda Indorum Salute precedido del tratado De Natura Novi Orbis, con dedicatoria a S.M. el rey Felipe II; en 1590 salía de las prensas de Sevilla el libro más famoso de cuantos escribiera: la Historia Natural y Moral de las Indias, para el que había traducido él mismo los dos libros latinos de De Natura Novi Orbis, a los que había agregado otros cinco libros escritos directamente en castellano; el mismo año 1590 se publicaba en Madrid el Concilio Provincial Limense de 1583, en latín; y aún ese mismo año de 1590 se publicaron en Roma dos libros más, éstos en latín: el De Christo Revelato libri novem y el De Temporibus Novissimis libri quatuor. Para explicar esta densidad de publicaciones en tan poco tiempo hay que tener en cuenta que todos, salvo la Historia natural, eran libros que había escrito en el Perú, y este último --los libros III a VII-- lo tenía ya muy pensado cuando llegó de regreso de Indias a Sanlúcar de Barrameda, según hemos visto más arriba.
La última década de la vida del P. José de Acosta es una de las más difíciles y controvertidas de su existencia, la que, sin duda, habría que reexaminar desde nuevas perspectivas, pero que resulta imposible abordar en este momento y de la que trataremos de ofrecer un breve resumen. La cuestión, en la que Acosta tuvo una participación privilegiada, se refería en realidad a la disputa entre el poder político de la monarquía más poderosa de la Tierra en aquel momento, y el poder de la que iba a ser la orden regular más poderosa también de todos los tiempos: por eso en una breve presentación, como la presente, no se puede hacer otra cosa que apuntar alguno de los problemas más sobresalientes, sin pretender dar explicación de todo ello.
Es el caso que al regresar el P. Acosta de América encontró a los jesuitas de la península debatiéndose en una contienda interna, que en sí no hubiera tenido importancia, pero que la intromisión de elementos seculares la hizo grave y peligrosa. Estuvo ocasionada por un grupo no muy grande de religiosos díscolos, que quisieron enmendar la plana a San Ignacio y alterar varios puntos sustanciales del Instituto (Mateos, 1954: XXIII). Estos díscolos no eran muchos --unos 27-- pero entre ellos se contaban personas de tanta talla intelectual como el P. Juan de Mariana o el Cardenal P. Francisco de Toledo, y unos y otros habían ganado para su causa a fray Diego de Chaves, dominico, confesor de Felipe II, con lo que el rey también había sido ganado a su causa, y con él el Santo Oficio de la Inquisición, con su enorme poder. Todo ello condujo a que Felipe II obtuviese del papa Sixto V la autorización para realizar una visita a la Compañía de Jesús, a cargo de don Jerónimo Manrique, obispo de Cartagena.
El General de la Compañía, P. Claudio Acquaviva, trató de defenderse de la tormenta que se le avecinaba, utilizando para ello el prestigio del recientemente regresado de Indias P. José de Acosta, a quien envió como emisario suyo ante Felipe II para que obtuviese de él autorización para hacer aquella visita por religiosos de la propia Compañía. Habiendo salido Acosta de Roma a principios de noviembre, llegó a Madrid a fines de 1588 y al poco obtuvo la autorización deseada, de manera que el propio Acosta se encargaría de la visita de las provincias de Andalucía y Aragón, mientras el P. Gil González Dávila visitaría las provincias de Toledo y Castilla.
La visita de Andalucía comenzó en mayo de 1589 y terminó en septiembre de1590, la de Aragón la realizó en los últimos meses de 1590 y en el primer semestre de 1591. Las visitas de González Dávila terminarían en septiembre de 1590. Al final, el rey Felipe II, aceptando la situación tal y como parecía conveniente para la Compañía, pero atendiendo también las quejas que no cesaban contra su gobierno, parecía decidido a practicar una nueva visita por parte de religiosos ajenos a la Compañía. Si tenemos en cuenta los escritos del propio P. José de Acosta, las acusaciones parecían centrarse especialmente en el gobierno que ejercía el General P. Claudio Acquaviva, al que se acusaba de ser muy personalista y autoritario. De ahí el aparente cambio que se aprecia en la actitud del P. Acosta, quien, entonces, centra toda su argumentación frente a Felipe II en la urgente necesidad de convocar una Congregación general de la Compañía de Jesús, con el fin de evitar la visita por parte de prelados de fuera de la misma.
El paso siguiente, que fue ampliamente cuestionado por muchos de sus hermanos de religión, fue trasladarse a Roma para llevar a cabo una gestión de parte del Rey, cerca del papa Clemente VIII y a espaldas del General de la Compañía. Aunque a requerimientos del Papa, el P. Acosta, pidió al P. Acquaviva que la convocase por sí, y a la vista de que éste no tomaba resolución alguna, el propio Clemente VIII le impuso al General de la Compañía que convocase la Congregación.
La opinión que le merecía el P. Acquaviva a José de Acosta la expresa él mismo en su Memorial de apología o descargo dirigido al Papa Clemente VIII al decir:
Jamás hallé entrada en el General sino tanto desdén y tanta cólera y un imperio tan absoluto y inflexible, que me pareció hallar la puerta cerrada más que con aldabas de hierro y si alguna vez se mostró tantico quererme abrir la puerta, luego daba vuelta la cosa en muy peor (Acosta, 1954: 384).
La V Congregación general de la Compañía de Jesús se reunió en Roma de noviembre de 1593 a enero de 1594. En ella cerraron filas los 64 padres representantes de las diferentes provincias, en torno a la figura de su General y frente a las presiones del Monarca español y del Santo Oficio, resultando de ello, salvo algunas renuncias en aspectos menores, un robustecimiento de la autoridad de Acquaviva, al mismo tiempo que el descrédito del P. Acosta. Fue debido a esta campaña desencadenada contra él por lo que se sintió obligado a escribir el Memorial, al que hemos hecho referencia más arriba, en el que contesta a todas las acusaciones. Ese documento y el diario escrito durante su gestión en Roma en 1592 nos permiten entrever algunas de las complejas intrigas en las que se vio envuelto Acosta, siendo en realidad, en nuestra opinión, una víctima de esas intrigas más que un protagonista de las mismas.
Durante los últimos años de su vida el P. José de Acosta estuvo a cargo de la Casa Profesa de Valladolid como prepósito (1592-1596) y como rector del Colegio de Salamanca desde 1597 hasta el 15 de febrero de 1600, fecha de su fallecimiento. Durante ese tiempo su mayor actividad fue literaria. Tres tomos de sermones publicó en latín, el primero titulado Conciones de Quadragesimam, el año 1596, el segundo Conciones de Adventu, el año 1597, y ambos contienen todos los domingos y fiestas desde el Adviento a la Cuaresma inclusive; el tercero, Tomus Tertius Concionum Josephi Acostae, y fue publicado el año 1599; los tres en Salamanca. Otros libros tenía en preparación y desde octubre de 1598 escribirá un comentario a los Salmos, en que llegó al Salmo 100, y en el volumen estampó con mano temblorosa: anno 1600 (Mateos, 1954: XXXII).
OBRAS
Es imposible dar cuenta detallada en una introducción como la presente de todo lo mucho que escribió el P. José de Acosta a lo largo de su vida, porque lo hizo desde edad muy temprana, según lo hemos indicado en el bosquejo biográfico que antecede y hasta el momento de su muerte, y porque todos sus escritos son de interés en uno u otro sentido. Su capacidad intelectual, su sabiduría en ciencias teológicas y seglares y sus intereses varios hacen que su obra sea difícilmente resumible en unas pocas páginas.
Como se indica en la lista final, algunas obras de Acosta quedan aún inéditas, pero las más importantes han sido publicadas y son accesibles en ediciones recientes (Acosta, 1954 y 1962). A ellas nos referimos preferentemente en las páginas que siguen, tratando en primer lugar aquellas que no son motivo de la presente edición y a continuación, de manera separada, de la Historia Natural y Moral de las Indias.
En la edición de las Obras del P. José de Acosta preparada por el P. Francisco Mateos para la Biblioteca de Autores Españoles (Acosta, 1954), además de la Historia Natural y Moral de las Indias y del De Procuranda Indorum Salute, se incluye una larga sección de Escritos menores, muchos de ellos inéditos, de los que destacaremos algunos de los más importantes.
De 1571 es una Relación de lo que al P. José de Acosta le pasó con el Reverendísimo Arzobispo de Santo Domingo sobre cosas de la Compañía, escrito en el que, por encima de los incidentes coyunturales en relación con el Arzobispo de Santo Domingo, habría que destacar el hecho de la reacción de eclesiásticos destacados contra la Compañía de Jesús, lo que puede explicar, parcialmente al menos, la confusa lucha entre el Estado y la Compañía en la que Acosta se vio envuelto más adelante.
De 1576 y 1578 son dos Cartas Anuas, la primera ya publicada por el propio P. Francisco Mateos (1946) y la segunda inédita, en la que se trata de la doctrina de Juli, aludiendo al padrón indígena y a los conflictos con el Virrey Toledo, inicio de los problemas que alterarían el equilibrio y la paz del P. Acosta en el Perú (Acosta, 1954: 260 302).
Entre los escritos menores hay dos fechados en México en 1587 que se refieren a la disputa con el P. Alonso Sánchez sobre su disparatado proyecto misional en China. El primero había sido publicado por Tacchi Ventori entre las obras históricas del P. Mateo Ricci (1913: 450 55), mientras el segundo era inédito. Este último, titulado Respuesta a los fundamentos que justifican la guerra contra la China, es de gran interés en relación con las primeras misiones en Extremo Oriente (Acosta, 1954: 331 345).
De la última sección de escritos menores tal como los ha organizado el P. Mateos, aquellos que corresponden a la última etapa de su vida, ya de regreso de las Indias, destacaríamos los dos textos relacionados directamente con la participación de nuestro autor en la disputa entre Felipe II y la Compañía y, en concreto, el General de la misma, P. Acquaviva (Acosta, 1954: 353 386). El primer escrito es el Diario de la embajada a Roma, en el que se narra toda la negociación llevada a cabo por el P. Acosta con el papa Clemente VIII, el P. Acquaviva y los demás personajes de la historia que ya hemos resumido en su biografía; el segundo escrito es el Memorial a Clemente VIII, en el que Acosta se descarga de las acusaciones que se le hacían en relación con todo el asunto antes indicado. Los dos escritos cuentan entre los más vivos, llenos de agilidad mental y de agudeza literaria de cuantos conocemos del P. Acosta.
Muchos de los trabajos literarios o doctrinales de Acosta no llevan su firma pero están atribuidos a él con toda seguridad. Tal es el caso del Catecismo trilingüe, de cuyo texto castellano era autor el propio Acosta, mientras que las versiones quéchua y aymara fueron obra de los Padres Blas Valera, Alonso de Barzana y Bartolomé de Santiago. La edición de Lima de 1585 es, por otra parte, de los primeros impresos realizados en América del Sur.
Otro tanto podemos decir del Confesionario para los curas de Indias, publicado en Lima el mismo año de 1585, obra que fue ordenada por el III Concilio limense que iniciaba sus trabajos el 15 de agosto de 1582, y en la cual hallamos ideas de carácter misional que corresponden a la De procuranda indorum salute, texto concluido en 1575 76 pero no publicado hasta 1588.
La redacción y compilación de los trabajos del IV Concilio Provincial limense, que se publicaría en Madrid en 1591, también fueron atribuidos al P. José de Acosta, y él mismo firmó la dedicatoria dirigida a Fernando de Vega y Fonseca, presidente del Consejo de Indias.
Dos obras latinas, el De Christo Revelato y el De Temporibus Novissimis, ambas publicadas en Roma en 1590, reúnen resúmenes de sermones predicados por el P. Acosta durante su estancia en Indias.
Se sabe de la existencia de una traducción de la Ciropedia de Jenofonte bajo el título de: De la crianza de Cyro, Rey de los Persas, de hacia 1592. Citan esta traducción León Pinelo, en su Epitome; Zarco y Sancho Rayón y Sommervogel en su Biblioteca de la Compañía de Jesús.
Hay que mencionar finalmente los tres tomos de Conciones de Quadragessimam, de Advento y ab octava Pasche publicados en Salamanca en 1596, 1597 y 1599.
Una de sus más importantes obras es, sin embargo, el De procuranda indorum salute. En esta obra, escrita entre 1575 y 1576, vierte todos sus conocimientos y experiencias en el delicado y problemático tema de las misiones en América. Aunque el tiempo que el P. José de Acosta había permanecido en Indias no era ciertamente largo, ni tampoco la experiencia acumulada por la Compañía de Jesús en aquellas tierras, nuestro autor supo, en este caso, ofrecer un sistemático tratamiento de esas cuestiones, elevándose por encima de las circunstancias particulares y ofreciendo en consecuencia el primer libro de misionología moderna, en el que se acumulaba la experiencia española y portuguesa, no sólo en tierras americanas sino también en otros continentes.
Las ideas que maneja Acosta en este tratado se habían ido elaborando a través de esos pocos años que van desde su llegada a Lima en 1572 a través de sus prolongados viajes por el interior del Perú, y en las discusiones y encuentros personales con otros misioneros en la Primera Congregación Provincial del Perú, celebrada en Lima y en Cuzco en 1576.
El libro, ya terminado a principios de 1577, lo remitió el P. José de Acosta a Roma, en la armada de ese mismo año. El General de la Compañía, que era entonces el P. Everardo Mercuriano, acusó recibo del texto de Acosta en carta de 25 de septiembre de 1578, elogiándole muy expresivamente el libro que, después de haber recibido la censura de Roma, sería enviado, ya en 1582, a España para su edición. Aunque los censores españoles aún suprimieron algunas frases, al parecer más duras de lo conveniente contra los abusos que se realizaban en Indias, especialmente los malos tratos a que se sometía a los indios, etc., la obra no se publicó de inmediato, porque hacia 1581, habiendo terminado el P. Acosta el tratado De Natura Novi Orbis, lo envió al P. Claudio Acquaviva, General de la Compañía de Jesús en aquel momento, sugiriendo la conveniencia de publicar el De Procuranda precedido por el nuevo tratado latino. En carta de 21 de noviembre de 1583 el P. Acquaviva acusa recibo del nuevo escrito de Acosta, y expresa su consentimiento para que los dos tratados se impriman en un solo volumen.
Como consecuencia de esa serie de circunstanciales retrasos el P. José de Acosta había regresado a España antes de que se iniciase la publicación del libro. Era, pues, el 20 de enero de 1588 cuando Acosta sustituye la primitiva dedicatoria del libro al P. Everardo Mercuriano, por una nueva dirigida al rey Felipe II, y ya a fines de ese mismo año el libro salía finalmente de las prensas de Guillermo Foquel en Salamanca, conteniendo los dos tratados latinos, tal como había sido su deseo.
La mayor parte de las ediciones que se mencionan, salvo la de Lyon de 1670, que se hizo sin el De Natura Novi Orbis, incluyen los dos textos, de manera que el De Procuranda Indorum Salute figura siempre en segundo lugar, lo que ha inducido a pensar que no se había editado, o no se había editado tantas veces como el De Natura. La primera edición castellana es la preparada por el P. Francisco Mateos (Acosta, 1952), luego reproducida en la edición de la Biblia de Autores Españoles (Acosta, 1954).
El De Procuranda Indorum Salute que, como hemos dicho, es un manual de misionología, quizás el más importante de nuestro siglo XVI, comprende seis libros: (I) La predicación del evangelio a los indios, aunque difícil, es necesaria y rica de fruto; (II) De la vida y entrada a las naciones bárbaras para predicarles la fe; (III) Del gobierno y administración de los indios en lo político y civil; (IV) Cuáles deben ser los ministros del evangelio que predican la fe y de qué medios podrán ayudarse; (V) De la doctrina cristiana y enseñanza de los indios en la fe y mandamientos; (VI) De la administración de los sacramentos a los indios.
Muchos de los temas tratados por Acosta en este libro podrían ser calificados hoy como aspectos del indigenismo español de la época, y en ese sentido, como haremos en páginas más adelante cuando nos refiramos al indigenismo de Acosta en la Historia, los planteamientos de nuestro autor se refieren a problemas que tienen validez y resonancias que llegan hasta nuestros días; queda por hacer, sin embargo, un sistemático y riguroso estudio sobre las ideas indigenistas de José de Acosta en este tratado.